Tres prejuicios

Escribo esto sin estar seguro si cada obra tiene su tiempo para ser leída por cualquier lector que esté preparado para valorarla, como resultado del aprendizaje progresivo, o si lo que decidimos leer y nos gusta está determinado por variables cambiantes, azarosas y desconocidas que ya tenemos incorporadas. Igual no importa, cuento tres casos diferentes de preconceptos vencidos, en orden cronológico:

1. "Me molestan las basuritas"

Cuando era un nene chiquito no leía historietas de Columba porque en mi casa las compraran, tampoco puedo acordarme bien dónde las leía lo cual habla de lo populares que eran porque en las casas de mucha gente (e incluso en las peluquerías) andaban dando vuelta ejemplares de El Tony, D'Artagnan, Intervalo, Fantasía o Nippur Magnun. Y aunque en la época yo leía en general otro tipo de historietas, más acordes al gusto infantil, como tampoco podía resistirme a nada que tuviera dibujos, viñetas y globos, si las veía las pedía. 

Claro que tenía mi propia forma de leerlas. Lo primero era separar las aburridas de las otras. Las aburridas eran las que para mí se trataban "de gente hablando". A saber, las dramáticas y románticas (es decir, todo Intervalo. Cuando me tocaba una casi que solo la hojeaba) los westerns y gauchescas, las de guerra, las de aventuras (salvo que tuvieran animales o alguna escena visualmente llamativa) y las históricas (salvo que se cortaran cabezas). 

Entonces quedaban las cómicas, las de fantasía y las de ciencia ficción, que dependiendo de la revista podían terminar siendo nada más que una, dos o tres historietas. Ahí estaban Or-Grund, Pepe Sanchez, Mi novia y yo, Wolf, y algunas de las adaptaciones de películas como la de Laberinto. Pero el caso paradigmático en esta discriminación es el de Crazy Jack, de Gustavo Amézaga y Rubén Meriggi. Una historieta de ciencia ficción post-apocalíptica que tenía todo lo necesario para no estar dentro de las aburridas: un guerrero, armas láser, peleas, gente deforme, y que, sin embargo yo no quería leer y la salteaba, aunque lo hacía con bronca porque suponía que podría gustarme y entonces era una oportunidad desperdiciada.

¿Por qué no las leía? Por el simple hecho de que me molestaba mucho que todo el tiempo había "basuritas" sobrevolando en el ambiente. Una especie de polvo o mugre ambiental, parte de la atmósfera y que vaya a saber por qué capricho del gusto a mí me molestaba muchísimo. Le tenía un odio terrible sólo por eso. Recuerdo que el dibujo del título con Crazy Jack disparando un rayo sobre el logotipo me parecía genial pero debía perdérmela igual porque me molestaban las "basuritas" alrededor de los personajes todo el tiempo. Eso bastaba para no darle la oportunidad, no había caso. 

Algunos años más tarde cuando sí procuraba conseguir por propio interés las revistas de Columba, cuando me empezaron a interesar los westerns de Del Castillo, las gauchescas de Casalla y los policiales de Mandrafina y ya no discriminaba a "las de gente hablando" (al menos de un modo tan drástico) Crazy Jack pasó a estar entre mis favoritas. Y estuve seguro de que, pese a que no era una historieta infantil, me hubiese gustado igual de más chico si no hubiera obedecido ese capricho, de hecho, además de lo atrayente que me seguía resultando la temática, me gustaba bastante el estilo de Meriggi, que consideraba ideal para representar ese mundo, incluyendo el recurso de "basuritas".




2 - "El que dibuja feo"

En mi adolescencia no sabía si el dibujante era Muñoz y el guionista Sampayo o si era al revés. En realidad me daba lo mismo porque no me gustaban, así que ni siquiera los leía. Cada vez que encontraba una historieta de ellos en una antología los pasaba de largo porque para mí eran las historietas "del que dibuja feo". En una época donde me maravillaba con André Juillard, Vittorio Giardino, Moebius, Regis Loisel, Enki Bilal, Horacio Altuna, cualquier cosa seria o cómica cercana a la línea clara franco-belga, y sin haber perdido interés ni en la historieta clásica norteamericana ni en la de superhéroes, el dibujo de José Muñoz era algo que no entendía. 

Claro que no era el único, había muchos que para mí eran raros porque se escapaban de ciertas formas, ya sea de dibujar o de plantear las páginas (tampoco me gustaba Sergio Toppi, por ejemplo), pero el caso de Muñoz es el que más presente tengo porque me producía un rechazo inversamente proporcional a la admiración que le tengo hoy por hoy. Supongo que no lo entendía, que todavía no había madurado como lector o que más bien me faltaba cierta competencia para que me llegara lo que proponía. Por supuesto que eso no implica que los dibujantes que sí me gustaban sean más "fáciles", pero dada mi historia de lectura lo que hacía Muñoz para mí era algo ajeno. 

Tardé bastante en darle una oportunidad y, de hecho, me fue interesando gradualmente. Tuve que leer antes a Enrique Breccia y a Oswal (No al de Sónoman que ya conocía de chico sino al de Consumatum Est) y después de ellos a Alberto Breccia y a Hugo Pratt, y una vez que ya me gustaban estos leí las primeras historietas de Alack Sinner, cuando ya andaba por los veintipico. Recién ahí empecé a identificar cuál escribía y cuál dibujaba y a interesarme por todo lo demás que hicieron juntos. Hoy por hoy no sólo me parece que José Muñoz  y Carlos Sampayo hacen una de las mejores duplas autorales de la historia sino que no puedo creer lo lindo que dibuja Muñoz.



3. “Lo que pasa es que no me conmueve”

Gracias a un regalo que yo elegí hacía casi cuatro años que tenía Jimmy Corrigan, el niño más listo del mundo, de Chris Ware en mi biblioteca y nunca lo había leído. Cada tanto lo hojeaba y me quedaba mirando los dibujos y observando alguna secuencia que me llamara la atención, pero cada vez que lo agarraba me daba una fiaca terrible tener que leer de corrido las trescientas y pico de páginas que tiene, de modo que lo volvía a guardar diciendo que lo dejaba para “más adelante”. 

Este proceso duró todo este tiempo hasta la semana pasada. El motivo preciso por el cual no encontraba la motivación para leerlo no lo sé. Supongo que mucho tiene que ver que yo, prejuiciosa pero también mentirosamente, ya había decretado que Chris Ware no me conmovía como autor. No es que fuera mentiroso porque nunca había leído nada, pero casi. Al menos lo era por haber opinado tanto con tan mínima información, conocía sus trabajos de “Acme Novelty Library” de allí había leído muy poco, en su mayoría páginas sueltas que sumadas a notas y críticas leídas o escuchadas aquí y allá me resultaban suficientes para decretar que sí, que entendía por qué a mucha gente podía gustarle, que podía ver que era un autor innovador, virtuoso y original, con un manejo exquisito del color y el diseño, y que además podía reconocerle como importante o influyente, pero que, lamentablemente, más allá de eso a mí me parecía frío, no me llegaba. Es decir, que el tipo era bueno, pero a mí no me conmovía.    

Por una razón que voy a omitir porque llevaría a una digresión importante hace exactamente siete días decidí leerlo. Esperando por supuesto que la misma lectura aunque pudiera entretenerme confirmaría todo lo que pensaba, PERO, descubrí felizmente asombrado que la historia me resultó atrapante. Me entristeció, me hizo reír y me movilizó. En definitiva, me resultó absolutamente conmovedora y que Chris Ware está muy, pero muy, muy lejos del diagnóstico de “frío” con el que lo había rotulado antes de leerlo en Jimmy Corrigan.

Lo que más me horroriza de este prejuicio no es descubrir que estaba equivocado, esa es la parte linda porque después de todo hay un final feliz en terminar disfrutando cuando una obra supera las expectativas. Lo que me horroriza, decía, es que esos prejuicios que tenía son comunes y bastante extendidos y que, esto es lo que me parece más triste, no son prejuicios sobre Chris Ware sino sobre la historieta misma. 

Porque lo que encontré leyendo Jimmy Corrigan es que todo lo que yo reconocía de bueno en su autor antes de esta experiencia eran elementos que de algún modo me parecían superficiales, como si un autor que maneje todas esas herramientas (herramientas narrativas casi todas pura y dignamente historietísticas) tuviera que ser un autor que necesariamente tenga que descuidar la historia o contar cosas ingeniosas que le sirvan de excusa para su despliegue gráfico, pero que por eso mismo descuide su capacidad de construir una historia con el peso suficiente para “llegarle” al lector. El prejuicio es contra la historieta por esto mismo, porque el medio sí que puede contener todo eso a la vez, y Ware con Jimmy Corrigan lo hace. Después de haberlo leído comprobé que ninguna de sus virtudes gráficas resalta por sobre la historia sino que ambas son un todo inseparable al servicio de una historieta conmovedora por dónde la mires. 



 Cada vez que analizo hechos como estos que conté, se me ocurre pensar cuántas cosas con las que tengo prejuicios hoy podrán gustarme mañana. Cuando creo que ya tengo todo claro y que puedo anticipar lo que me resulte bueno y lo que no, hay fichas que se acomodan y me encuentro redescubriendo, viendo interesantes a cosas que antes no me interesaban. Ojalá tirar abajo prejuicios no se acabe nunca.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Las historietas no se hacen solas

Para leer al Pato Donald

Como caerse en un pozo (Versus, parte I).