Leer es jugar.



Hay familias Billiken y familias Anteojito, a mí me tocó una familia Billiken. Tenía igual unas cuantas Anteojito que eran números antiguos heredados, aunque eso no viene al caso por ahora.
 
Lo cierto es que no hubo una compra constante de Billiken durante mi infancia y la de mis hermanas sino más bien compras intermitentes en diferentes momentos. La más duradera, aunque siempre con algunos huevos, fue la época en la que la revista publicaba Los Pitufos, la historieta de Peyo, puntualmente las historias El pitufo volador y Los pitufos negros, de las que quiero comentar solo dos cosas.
 
La primera es que yo ya conocía a los personajes por la serie de televisión, pero las historietas me gustaron mucho más. Los dibujos animados supongo que me divertían, pero las historietas me fascinaban y creo que la superioridad que encontraba en estas tenía relación directa con haber conocido antes la serie televisiva, porque lo que me causaba tanto disfrute en las historietas era la sensación de expansión. No sé si se debe a que el dibujo era más detallado o a que intuiría mejor desarrollo en las tramas y personajes, pero de algún modo, leer las historietas era como ampliar lo que se veía en la serie a la vez que disfrutarlo con más detalle.

La segunda cosa es que nunca leí completa ninguna de las dos historias, aquellos huecos en la compra intermitente de la revista me dejaron sin varias partes, incluidos los finales, pero eso no me ocasionó sin embargo ningún conflicto. No me importó no poder leer la historia entera porque leer así, recortado, era un hábito que ya tenía incorporado desde hacía mucho. 


Paréntesis no tan paréntesis: una afición que tuve siempre desde muy chico y que en su momento yo no diferenciaba en lo más mínimo de leer historietas, era la de observar detenidamente cualquier lámina, cuadro o ilustración de algún escenario con mucho detalle. Incluso los de esos platos ornamentales que se cuelgan en las paredes (cuando era chico se usaban más que ahora, era común verlos en muchas casas). Donde sea que pudiera "colgarme" estudiando los distintos personajes y partes del paisaje representado lo hacía, pero no era que observara o me importaran los detalles del dibujo, lo que hacía era imaginarme la situación representada como una historia. Quiénes eran los que ahí estaban y qué hacían, pero sobre todo, lo que más me despertaba curiosidad era pensar en lo que no se veía, en qué había más allá, cómo eran esas casas por dentro, qué había a la vuelta de esa esquina o bajando la colina. Por eso para mí no había mucha diferencia entre hacer eso y leer un relato. Cierro el paréntesis con un ejemplo:



Como decía, entonces, desde siempre tuve incorporado el hábito de leer historietas de forma fragmentada e incompleta. Básicamente por tres razones: la primera es que como cualquier niño curioso me interesaba hoy por una cosa y mañana por otra. La segunda es que en una familia de clase media trabajadora no se compra todo sino lo que se puede y cuando se puede. Y la tercera y central en esto que contaba es que leer era jugar. 
 
Estoy convencido de que ese hábito de "leer" una imagen durante un rato, creando historias mientras observaba los detalles o trataba de imaginar lo que no se veía, de algún modo me otorgó una especie de entrenamiento para poder leer cualquier fragmento de historieta y disfrutar de esa experiencia sin necesidad de completarla. De algún modo la historia, aunque pudiera conmoverme o intrigarme, era secundaria. Porque de algún modo era una excusa, lo que faltaba se suplía expandiendo el ese universo a través del juego. En la infancia, como pasa con el ejemplo que dí de los Pitufos, se puede tener predilección de alguna forma sobre otra, pero en la práctica no hay diferencia entre una revista, una serie de televisión, un muñeco articulado o un mazo de naipes. Era común jugar con amigos a "ser" tal o cual personaje o a recrear tal película. Hay una experiencia lúdica de algún modo interactiva dónde todas esas cosas son parte del mismo juego creativo que se retroalimenta con la lectura. Me pasaba con He-Man, con Tintín, con Brigada A, con V, invasión extraterrestre, con los superhéroes. Todos eran parte del mismo juego.
  
Un ejemplo más: La sombra del Gorila (esta sí era de Anteojito). Nunca tuve un número con otro capítulo y sin embargo, esta sola escena es una lectura fundamental de mi infancia. Jamás me importó no tener idea de dónde viene y a dónde va, para qué me haría falta eso de niño si esta página tiene la suficiente cantidad de elementos para ser emocionante por sí misma.



Para cerrar quiero agregar, aunque supongo que es evidente, que a cualquiera de esas historietas incompletas que tenía, ya sea en un número suelto, o en una página suelta en alguna revista, o inclusive en un fragmento que ilustraba alguna nota periodística, las leía y releía muchísimas veces. Con el mismo estado de entusiasmo que a las láminas, ilustraciones, platos y cuadros. Observando los detalles y preguntándome como sería lo que faltaba, pero sin la necesidad de responderlo. Se podría decir que más que leer las usaba, eran en verdad un juguete. Igual nunca perdí del todo esa costumbre, no sé por qué hablo tanto en pasado. 



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