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Para leer al Pato Donald

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Junto con esa historieta de Tintin de la que ya hablé acá , y la Mafalda 8 que en lamentable estado todavía conservo, lo más antiguo que recuerdo haber leído fueron historietas de Disney. Pero a diferencia de lo que contaba en aquella entrada, el recuerdo de éstas no es tan nítido, tan puntual, es más bien una sensación de que estuvieron desde siempre. Sí tengo un recuerdo muy, muy antiguo de la imagen de los personajes del Hermano Oso y el Hermano Zorro (Originarios de la película Canción del Sur que nunca ví) y que me remonta a mis tres o cuatro años, pero no recuerdo qué pasaba, tampoco es que luego me gustaron especialmente esas historias, supongo que alguna de mis primeras revistas tendría una historieta donde aparecían que me gustaría mucho o algo así, no recuerdo más que conocerlos desde muy chico. Más allá de eso lo que quiero contar tiene que ver con que, en general, las revistas de historietas de Disney fueron una de las pocas lecturas que casi nunca interrumpí

Tres prejuicios

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Escribo esto sin estar seguro si cada obra tiene su tiempo para ser leída por cualquier lector que esté preparado para valorarla, como resultado del aprendizaje progresivo, o si lo que decidimos leer y nos gusta está determinado por variables cambiantes, azarosas y desconocidas que ya tenemos incorporadas. Igual no importa, cuento tres casos diferentes de preconceptos vencidos, en orden cronológico: 1. "Me molestan las basuritas" Cuando era un nene chiquito no leía historietas de Columba porque en mi casa las compraran, tampoco puedo acordarme bien dónde las leía lo cual habla de lo populares que eran porque en las casas de mucha gente (e incluso en las peluquerías) andaban dando vuelta ejemplares de El Tony, D'Artagnan, Intervalo, Fantasía o Nippur Magnun. Y aunque en la época yo leía en general otro tipo de historietas, más acordes al gusto infantil, como tampoco podía resistirme a nada que tuviera dibujos, viñetas y globos, si las veía las pedía.  Claro que tenía m

Las historietas no se hacen solas

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En tercer año del secundario tenía una materia que se llamaba "Taller de expresión". En una de las clases la profesora estaba hablando de no recuerdo qué cosa cuando, en un momento que me tomó por sorpresa, me señala diciendo "...vos, por ejemplo ¿Cuál es tu ídolo?" De forma inmediata se me vino una palabra a la cabeza, pero por esa mezcla de prejuicios, soberbia y necesidad de encajar con el resto que uno suele tener a los quince años no la dije, de modo que contesté "no sé, no tengo". La profesora no me creyó e insistió con la pregunta y yo aclaré "no sé, no se me ocurre ninguno ahora" y la clase siguió por donde venía. Pero mientras sentía alivio porque se terminó ese horrible momento de exposición pública, empezaba a torturarme con la idea de que había sido un traidor por no haberme hecho cargo y haber negado que tenía un nombre para decir. La palabra que se me vino a la mente con la pregunta fue "Alcatena". Volviendo más atrás,

¿Vos de cuál sos? (Versus, parte II).

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Aunque voy a hablar de un tema distinto al de la entrada anterior , ésta funciona como la segunda parte de dos relacionadas con un "versus". Lo que me atrae de este tema es cuánto pueden llegar a sostenerse esas ficciones de rivalidad que a pesar de lo conciente que puede estar uno de la farsa que son, no sólo forma parte de la misma sino que la alimenta y la continúa. Al menos a mí me pasa eso, quiero decir que me hago cargo de que si tengo que elegir un bando, yo soy de Marvel. Pero ¿por qué tendría que elegir? ¿qué me obliga a definirme en un bando? Yo creo, como lo trataba de explicar en ese "Versus, parte I" que en realidad uno no elije nunca eso, de ahí la analogía de que es "como caerse en un pozo", porque es accidental, a uno le tocó, como le tocó tal vez el club de fútbol por el que hincha o la nacionalidad, sin embargo y sobre todo al crecer, siempre aparece la necesidad de explicación, de justificación, la representación de la pantomima d

Como caerse en un pozo (Versus, parte I).

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Una vez, hace como quince años, conversando con Javier Bordon sobre el sitio preponderante como autor que tenía Héctor Oesterheld en la historieta argentina, coincidíamos en que desde nuestra experiencia como lectores nunca había tenido ese lugar. Surgieron, como suele pasar en estos casos, los nombres de otros guionistas y finalmente una comparación puntual con Robin Wood, más que nada sobre como concebía "la aventura" cada uno según lo que se podía leer en su trabajo. Igual no voy a desarrollar eso ahora, pero lo que sí quiero contar es que para ejemplificar por qué en principio él había sido un lector de Wood antes que de Oesterheld, Javier usó una analogía con la que me identifiqué bastante: dijo que la historieta era algo así como un territorio por el que transitaba y que estaba lleno de pozos, que podían ser obras o autores, "En el pozo de Wood me caí, en el de Oesterheld no" me acuerdo que dijo y más allá de lo trágica que parezca, siempre estuve de acuerd

Leer es jugar.

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Hay familias Billiken y familias Anteojito, a mí me tocó una familia Billiken. Tenía igual unas cuantas Anteojito que eran números antiguos heredados, aunque eso no viene al caso por ahora.   Lo cierto es que no hubo una compra constante de Billiken durante mi infancia y la de mis hermanas sino más bien compras intermitentes en diferentes momentos. La más duradera, aunque siempre con algunos huevos, fue la época en la que la revista publicaba Los Pitufos, la historieta de Peyo, puntualmente las historias El pitufo volador y Los pitufos negros, de las que quiero comentar solo dos cosas.   La primera es que yo ya conocía a los personajes por la serie de televisión, pero las historietas me gustaron mucho más. Los dibujos animados supongo que me divertían, pero las historietas me fascinaban y creo que la superioridad que encontraba en estas tenía relación directa con haber conocido antes la serie televisiva, porque lo que me causaba tanto disfrute en las historietas era la sensació

Dos adaptaciones.

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Nunca me entusiasmaron mucho las adaptaciones literarias a la historieta. Claro que hay malas, buenas, y excelentes pero en sí no me resultan atractivas, o al menos no me resultan más atractivas que una historieta original. De todos modos, si pienso en esto o si surge el tema por casualidad, hay dos casos que rescato de inmediato y que, aparte, se trata de dos historietas que siempre vuelvo a releer. La primera es Un mensaje imperial de Franz Kafka por Leopoldo Durañona. En este caso lo destacable es que el texto se reproduce entero, fragmentado a lo largo de las viñetas que componen las cuatro páginas pero sin ninguna síntesis con respecto al original. Se podría decir que no es en realidad una adaptación sino el propio relato de Kafka pero ilustrado "en forma de historieta". De hecho las imágenes de cada viñeta muestran casi redundando lo que el texto señala, sin embargo me resulta una obra genial en sí misma, como historieta y no como adaptación. Justamente porq